miércoles, febrero 28, 2007

Reflexiones sobre la entrega de los Oscar

Suele afirmarse que todas las cosas tienen una explicación. Esto no obliga a asumir una actitud maníaca deteniéndose en cada una de ellas para buscarla, pero en ocasiones, esta por ejemplo, es para mí casi imprescindible. Y trataré de hacerlo con la mayor brevedad posible.

Nunca había visto completo el espectáculo, pero el domingo 25 de febrero me senté junto a mi mujer y a mi hijo, dispuesto a presenciar al menos un fragmento de la entrega de los Oscar. Las falencias iniciales me llevaron a permanecer frente al televisor, después de pensar que eso no podía ser así, y que en algún momento las cosas mejorarían. Pero los minutos comenzaron a transcurrir y nada de eso pasó hasta que afortunadamente llegó el final. Para ser mejor comprendido haré un breve resumen de mis impresiones.

La presentadora, no recuerdo su nombre, era forzadamente simpática y respondía a un guión intolerable plagado de chistes sin gracia, chistes que inexplicablemente el público presente festejaba como si hubieran sido escritos por una sociedad integrada por Woody Allen y Groucho Marx. (Los menciono sólo a modo de referencia.) Seguramente ellos -el público- disponía de un libreto en el que estaba indicado reír y reír hasta el agotamiento.

Los números musicales también resultaron lamentables. Cantantes mediocres
con una sirena en lugar de cuerdas vocales convirtiendo el aire en una retahíla de truenos agudos. (¿Es que en Hollywood ya no quedan cantantes? Bueno, creo que no. Bennett, Sinatra, Como, Vaughan, Fitzgerald -para citar sólo a algunos, están muertos u olvidados, hasta como referencia.)
Siguiendo con la música. La orquesta de otros años -aquella que tampoco era la Sinfónica de Berlín, pero bueno- también había desaparecido. Había otra. ¿Pero había otra?)
Sí, existía un grupo que emitía sonidos, si a ese ruido se le puede llamar sonidos.

Tuvimos la presencia de un pilar como Ennio Morricone cuyos oídos debieron soportar el castigo infringido por Celine Dion con su voz plañidera, acuosa y monótona interpretando una de sus canciones. Es obvio que el señor Morricone, autor de la gloriosa música de "Cinema Paradiso", es además un verdadero intelectual, pero olvidaron llevarle un traductor y de eso tuvo que ocuparse Clint Eastwood con lo mejor de su buena voluntad. Me pareció una descortesía de parte de los organizadores.
Y ni hablemos de los cómicos que desfilaron con sus "afinadas gracias" para generar una alegría imposible.

Tampoco mencionemos a las evocaciones de artistas y films del pasado, hechas a toda velocidad como diciendo "esto es historia antigua, quedémonos con lo bueno que es lo que viene ahora".

Y llegamos a las películas y a los "galardonados". Creo que si exceptuamos a Helen Mirren, casi todos los restantes premiados merecerían una temporada en Alcatraz, suponiendo que decidieran volver a habilitarla.
En cuanto a las películas en sí, para referirse a ellas no existe otra cosa que la piedad del silencio. Probablemente se salve "El laberinto del Fauno" que curiosamente es una coproducción mejicana-española. Y poco, muy poco más.

Es llamativo que un país tan poderoso como Estados Unidos y su capital del llamado Séptimo Arte -Hollywood- hayan podido estructurar un espectáculo así.
¿A qué puede deberse que supuestamente contando con los más avanzados medios económicos y técnicos, con los mejores guionistas, con los mejores actores que ganan millones de dólares, se hayan armado tres horas de una horrorosa visión como la presentada?

Aquí volvemos al principio, es decir, a la explicación. Y la explicación se resume en una sola palabra DECADENCIA. Una decadencia que impide buscar nuevos caminos, separar la paja del trigo, tener el valor de intentar caminos inexplorados.
Lo peor que todos estos señores frustrados son también prácticamente los dueños del cine mundial como de tantas otras cosas. Y nosotros, bueno, desde ahora no yo, los mansos espectadores que pagamos nuestras entradas para ver automóviles que vuelan por el aire, casas que se incendian, gansters malísimos cuidadosamente estereotipados en base a películas que tienen más de cuarenta años y estúpidas comedias de contenido supuestamente erótico.

Desgraciadamente, aunque estos "creadores" me contradigan, el cine es una expresión cultural, y la cultura, desgraciadamente lo sabemos, no se compra en los supermercados ni está contenida en las grasosas hamburguesas.