lunes, diciembre 11, 2006
Sensibilidad legal
En la ciudad de Coronda, un juez redujo de $ 57.000 a $ 8.000 la indemnización fijada para un joven muerto en un accidente. Pero lo ¡increíble! es la fundamentación de la decisión. Dice así: “sus sueños de progreso carecían de chances sociales pues la realidad los había convertido en utopía”. La opinión del juez parece impregnada de un sentido profundamente democrático, y a la vez, respaldada en que todos somos iguales ante la ley, por supuesto, si aceptamos que algunos son más iguales que otros.
El Riachuelo
Desde niño, El Riachuelo que separa el Barrio de Barracas de la Ciudad de Avellaneda, me pareció la porquería más maloliente y hermosa frente a la que se habían detenido mis sentidos.
Lo vi por primera vez cruzando en el tranvía 21 sobre el viejo Puente Pueyrredón, ocasión durante la que un irónico pasajero le lanzó un grito que debería haber sido premonitorio: ¡Qué perfumen las aguas!
Pero pasaron sesenta años y todo siguió igual: las aguas sin recibir su merecida loción, los barcos oxidados semihundidos, y lo que es peor, los vecinos sumergidos en el aire insalubre que allí las empresas que derivan sus desperdicios a las aguas sabían y saben fabricar como nadie.
Hubo promesas de saneamiento y fueron igual que tantas otras promesas destinadas a prometernos el Paraíso. Pero el Paraíso, o algo que pretendía parecérsele, quedaba mucho más al norte, allí donde la gente tenía el sentido del olfato mucho más refinado, porque los pobres, es sabido, carecen de nariz.
Lo vi por primera vez cruzando en el tranvía 21 sobre el viejo Puente Pueyrredón, ocasión durante la que un irónico pasajero le lanzó un grito que debería haber sido premonitorio: ¡Qué perfumen las aguas!
Pero pasaron sesenta años y todo siguió igual: las aguas sin recibir su merecida loción, los barcos oxidados semihundidos, y lo que es peor, los vecinos sumergidos en el aire insalubre que allí las empresas que derivan sus desperdicios a las aguas sabían y saben fabricar como nadie.
Hubo promesas de saneamiento y fueron igual que tantas otras promesas destinadas a prometernos el Paraíso. Pero el Paraíso, o algo que pretendía parecérsele, quedaba mucho más al norte, allí donde la gente tenía el sentido del olfato mucho más refinado, porque los pobres, es sabido, carecen de nariz.
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