El tema que me dispongo a tratar tiene muy poco de profundo y todavía mucho menos
de literario, pero hace varios días que está dando vueltas a mi alrededor y me gustaría compartirlo, de ser posible, hasta recoger opiniones.
En los últimos tiempos, tal vez debería decir en los últimos años, la industria láctea ha desarrollado un verdadero bombardeo proclamando los beneficios de muchos de sus
productos. Yogures, postres, etc. etc. parecen tener un contenido mágico que es indispensable para crecer, para mantenerse joven o para volver a serlo.
Muchísimas personas llegaron a la madurez y todavía más allá sanos y salvos, sin otro
recurso que una alimentación normal que no hacía necesario recurrir a estos modernos
elixires, sin los cuales -al menos así lo informa la publicidad- estaremos condenados nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos a sufrir todo tipo de agresiones sobre nuestra salud.
Yo me he dedicado a la publicidad durante cuarenta años, y siempre supe que infundir te-
mores podía traer buenos resultados. Pero también se me enseñó, y tuve la suerte de contar
con excelentes maestros, que sembrar miedo y dudas no es un recurso leal para convencer
a nadie sobre los méritos de los productos que le ofrecemos.
Termino lanzando mis bendiciones al café con leche, pan, manteca y a veces hasta un poco
de mermelada. Mi madre, y seguramente todas las madres de otros tiempos, comprenden
perfectamente lo que he querido decir.
miércoles, agosto 23, 2006
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